En el cuarto sencillo y triste, cerca de la mesa cubierta de hojas
escritas, la sien apoyada en la mano, la mirada fija en las páginas
frescas, el poeta satírico leía su libro. La oscuridad del aposento se
iluminó de una luz diáfana de madrugada de Mayo; flotaron en el aire
olores de primavera, y la Musa, sonriente, blanca y grácil, surgió y se
apoyó en la mesa tosca, y paseó los ojos claros, en que se reflejaba la
inmensidad de los cielos, por sobre las hojas recién impresas del libro
abierto.
¿Qué has escrito? -le dijo.
Yo he hecho –contestó, y la voz le temblaba como la de un niño
asustado y sorprendido- he escrito un libro de sátiras, un libro de
burlas. No he sentido tu voz al escribirlo, y me han inspirado el Genio
del odio y el Genio del ridículo, ambos me han dado flechas que me he
divertido en clavar en las almas y en los cuerpos, y es divertido. Musa,
tú eres seria y no comprendes estas diversiones; tú nunca te ríes;
mira, las flechas al clavarse herían y los heridos hacían muecas
risibles y contracciones dolorosas, y me he reído. Musa, ríe conmigo. Y
el poeta satírico se reía al decir esas frases, a tiempo que una
tristeza grave contraía los labios rosados y velaba los ojos profundos
de la Musa.
¡Oh profanación! -murmuró ésta, paseando una mirada de lástima por el
libro impreso y viendo el oro- ¡oh profanación!, ¿y para clavar esas
flechas has empleado las formas sagradas, los versos que cantan y que
ríen, los aleteos ágiles de las rimas, las músicas fascinadoras del
ritmo? La vida es grave, el verso es noble, el arte es sagrado. Yo
conozco tu obra. Has removido cieno y fango donde hay reptiles, reptiles
de los que yo odio. Yo soy amiga de los pájaros, de los seres alados
que cruzan el cielo y los inspiro cuando en las noches claras de julio
dan serenatas a las estrellas desde las enramadas sombrías; pero odio a
las serpientes y a los reptiles que nacen en los pantanos. ¿Por qué te
ríes? ¿Por qué has convertido tus insultos en obra de arte? Tú podrías
haber cantado la vida, el misterio profundo de la vida; la inquietud de
los hombres cuando piensan en la muerte; las conquistas de hoy; la lucha
de los buenos. ¿Por qué has visto las manchas de tus hermanos? ¿Por qué
has contado sus debilidades?¿Por qué te has entretenido en clavar esas
flechas, en herirlos, en agitar ese cieno, cuando la misión del poeta es
besar las heridas y besar a los infelices en la frente, y dulcificar la
vida con sus cantos, y abrirles, a los que yerran, las puertas de la
Virtud y del Amor? ¿Por qué has seguido los consejos del odio? ¿Por qué
has reducido tus ideas a la forma sagrada del verso, cuando los versos
están hechos para cantar la bondad y el perdón, la belleza de las
mujeres y el valor de los hombres? Y no me creas tímida. Yo he sido
también la Musa inspiradora de las estrofas que azotan como látigos y de
las estrofas que queman como hierros candentes. Yo soy la Musa
Indignación que les dictó sus versos a Juvenal y al Dante. Yo canto las
luchas de los pueblos, las caídas de los tiranos, las grandezas de los
hombres libres..., pero no conozco los insultos ni el odio. Quédate ahí
con tu Genio del odio y con tu Genio del ridículo.
Y la Musa grácil y blanca, la Musa de labios rosados, en cuyos ojos
se reflejaba la inmensidad de los cielos, desapareció del aposento,
llevándose con ella la luz diáfana de alborada de Mayo y los olores de
primavera, y el poeta quedó solo, cerca de la mesa cubierta de hojas
escritas, paseó una mirada de desencanto por el montón de oro y por las
páginas de su libro satírico, y con la frente apoyada en las manos
sollozó desesperadamente.
José Asunción Silva